Según Pedro, un borrico desgraciado
tuvo en la tierra tan contraria suerte,
que hambriento siempre trabajó azotado,
y un golpe fue la causa de su muerte.
Al expirar el mártir se alegraba,
creyendo que después de su agonía,
el descanso perpetuo le esperaba,
y la ausencia del palo que temía.
Murió el burro, y al instante hicieron
con su piel alambores y atabales,
y tan recio al tocar los sacudieron,
que muy pronto la piel se hizo retales.
Cuán cierto es que a quien la suerte humilla
no le deja tranquilo aunque sucumba;
porque después de muerto le atornilla
y le da con su látigo en la tumba.
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