Pánfila de Gabriele D'Annunzio

Ya que el amor que brinda nuestra esfera
no consigue aplacar en el artista
ese orgullo viril que no tolera
ni el rastro de una sombra pasajera,
que pueda oscurecerle su conquista;

ya que la hembra, para siempre impura,
su vergonzosa herida siempre abierta
llevará, en el orbe sin ventura
nunca hallaré la femenil criatura
jamás por los humanos descubierta;

hoy el poder oculto de mi sueño,
por atediarme sin piedad evoca,
como un refugio, con tenaz empeño,
a la amada de todos, al risueño
numen que a todo amor tendió su boca,

ya en los mórbidos lechos perfumados
o las encrucijadas del camino,
donde por la pasión arrebatados
acudieron marinos y soldados
inmundos, tambaleándose de vino;

la que en el amplio lecho de caoba
fue de duques y príncipes un día,
y entre el tibio silencio de la alcoba
su veneno letal, pérfida loba,
en las más ricas sangres infundía.

Ella que del afeite con los brillos
restauró su mejilla fatigada
y consteló su pecho de cintillos
de eterna claridad, y con anillos
hizo su mano exangüe más pesada.

Por todas partes de caricias llena
y gozada de todos, del mendigo
y el amo que a sus gracias se encadena,
para mí su beldad, venga conmigo
la última flor de tu jardín, ¡oh Helena!

Todo el encanto de la edad pasada,
con sus dulces misterios soberanos,
la circuyen de luz, como a la amada
que ante los muros de llión sagrada
vieron resplandeciente los troyanos.

A esa amaré, sobre su carne impura
recogeré todo el deseo terreno,
todo el amor conoceré del mundo,
por sus ojos veré la nada oscura,
y entre la gruta estéril de su seno
oiré latir su corazón profundo.

Y besaré sus manos, esa mano
experta que en la faz de los pilotos
acarició con mimo soberano
la barba de que en día ya lejano
se cubrieron en piélagos ignotos;

o lentas erizaron con blandura
los cabellos de algún meditabundo,
si rendido de sueño por la altura
de los grandes silencios, sombra pura
divagaba su espíritu errabundo.

Sus manos besaré do inmateriales
palideces fijaron los ungüentos,
y besaré sus dedos musicales
que vertieron tal vez las inmortales
cadencias de una lira por los vientos

de Helenia, o en tus playas rumorosas
¡oh Lesbos! donde en vívida maceta
embalsamaban las desnudas rosas
a las tiernas amigas voluptuosas
de Safo, los cabellos de violeta.

Las venas más azules de sus brazos
las besaré con ávida locura,
y, en silencio, mis férvidos abrazos
a aquella boca de divinos trazos
arrancaránle la palabra impura,

más lasciva que el beso; del olvido
rescataré los nombres delirantes
con que arrulló mil veces el oído,
entre un grito de gozo y un gemido,
en horas de pasión a sus amantes.

Y entre sus labios de encendida grana
beberé lentamente, gota a gota,
el jugo de la blonda cortesana,
do gustaré la esencia más remota
que perfume la selva más lejana.

Y la amaré, sobre su carne impura
recogeré todo el deseo terreno,
todo el amor conoceré del mundo,
por sus ojos veré la nada oscura,
y entre la gruta estéril de su seno
oiré latir su corazón profundo.

Versión de Guillermo Valencia

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