No me importaría
que el reino de la tierra
siguiese siendo lo que hoy es:
una ronca lluvia de sal
una inmensa lengua de fuego sobre el horizonte
un bronco territorio agreste
un murciélago
una vengativa estrella de mar
un jardín, en fin, colmado de hermosos colmillos en flor.
Juro
que seguiría no importándome
si alguien desde el reino de los cielos
me arrojase
-al menos-
unas
cuantas plumas aunque fueren de un celeste ángel con sarna
para alegrar
esta desamparada desnudez de animal babilónico
esta sagrada soledad desde el origen del mundo.
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