Ya no veo la alegría,
de tristeza me sustento;
no hay dentro del alma mía
más que amor y abatimiento.
Me acobarda mi pasión;
ni luchar con ella puedo:
yo me tengo compasión;
yo a mí misma me doy miedo.
Pienso que para calmar
esta fiebre dolorosa,
me bastará contemplar
la naturaleza hermosa.
Y corro a ver el brillante
sol y los vagos nublados,
y a escuchar del ave errante
el canto por los collados.
Mas también conmigo sube
su imagen cruzando el viento…
toma su forma la nube;
toman las aves su acento.
Cesa con la juventud
dicen, este padecer;
mas los sabios la virtud
no enseñan de envejecer.
Y con remedio costoso
esa ciencia me convida,
si ha de empezar el reposo
cuando se acaba la vida.
¡Triste esperanza en verdad,
tardo alivio, corazón,
aguardar la ancianidad
para calmar la pasión!
Blanco el oscuro cabello;
la tersa frente fruncida,
y el mirar, que hoy llaman bello,
sin un destello de vida.
El fino talle doblado,
el corazón entumido…
¿Es éste el bien deseado,
ésta la dicha que pido?
¡Ah, sí; que el talle, el mirar,
la tez y el cabello oscuro,
no valen este penar
que con lágrimas conjuro!
Entonces, bardos galantes,
no cantaréis mi belleza,
ni oiré de labios amantes
dulce, amorosa terneza.
Esclavos de la hermosura,
entonces bardos, tal vez,
retratando mi figura
satiricéis la vejez.
Pero ciegos ya mis ojos,
embotados mis oídos,
no habrán de causarme enojos
vuestros versos aplaudidos.
Tal vez los que gimen ora
rendidos ante mis pies,
con sonrisa mofadora
me contemplarán después.
Mas, no vale el incensario
de amante o galán poeta,
este fuego temerario
que sin descanso me inquieta.
Yo no veo la alegría;
de tristeza me sustento:
no hay dentro del alma mía
más que amor y abatimiento.
Me acobarda mi pasión;
ni luchar con ella puedo:
yo me tengo compasión;
yo a mí misma me doy miedo.
Y aunque es muy triste aguardar
la vejez, amo de suerte,
que quiero verla llegar…
si antes no llega la muerte.