Salgo del Betis a la ondosa orilla
cuando traslada el sol su nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo oscuro
la luna ya majestüosa brilla.
Entre la opaca luz su honor humilla
la soberbia ciudad y el roto muro
que, al rigor de los siglos mal seguro,
reliquia funeral, ciñe a Sevilla.
Pierde la sombra su grandeza ufana;
la altiva población y sus destrozos
lúgubres se divisan y espantables.
Fía, Licino, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de sus gozos,
y los verás medrosos, miserables.
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