Era otoño en Francfort
y la primera visión del río fue un cuerpo
ahogado en su sed.
Juraste que los árboles aledaños al Main
se llamaban plátanos y eran sus hojas
las que se arremolinaban en ese cuerpo.
Y a espaldas de esa premonición
recorrimos los adoquines del Römer
insensibles a las nubes estampadas
en los ojos del muerto.
Era otoño, frágil a cada toque de campana,
en el repiquetear del teléfono exigiendo
la delgada hora del regreso.
Después, cruzar el Eisener Steg
significaba ganar la orilla
de un movimiento sin sentido.
Añadir un comentario