Sobre el viejo recolector de pedruscos
se posa un pájaro,
sobre el hombre de los tatuajes
cristalizan las aguas de tantas travesías,
rudas orgías, ceremonias para partir,
lujuria y avidez en un reino sin pausa.
En vano intenta ver su imagen:
¿sentado junto al fuego? ¿dormido en la cueva?
¿en donde está ese antro, esa promesa?
¿en qué totalidad indecible de un sueño?
Una mujer semidesnuda sale del monte,
y el hombre a quien el mundo enardeció,
con la arena, con la miga del pan, con la piel de
las cosas
deja un mensaje para nadie,
penetra a su propia soledad, a su tormenta.
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