Era el tiempo.
Basta con decir que ella nacía en cada instante
y nacía desnuda siempre y siempre tibia.
Basta con decir que eran las sombras y las antenas,
que eran los pájaros y las violetas,
que eran el abanico y las puntas de las estrellas.
Basta con decir que eran ella y su tiempo
en accidente limpio y sombra exacta.
Él cabía vivo en cualquier sitio.
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