Ayer me bañé en el río.
El agua estaba fría y me llenaba el pelo
de hilachas de limo y hojas secas.
El agua estaba fría; chocaba contra mi cuerpo
y se rompía en dos corrientes trémulas y oscuras.
Y mientras todo el río iba pasando,
yo pensaba qué agua podría lavarme
en la carne y en el alma
la quemadura de un beso que no me toca,
de esta sed tuya que no me alcanza.
Si dices una palabra más, me moriré de tu voz,
que ya me está hincando el pecho,
que puede traspasarme el pecho
como una aguda, larga y exquisita espada.
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