Poesía y naturaleza: relaciones oblicuas de Juan Gustavo Cobo Borda

‘La naturaleza, qué monótono almacén de
prados y árboles, qué banal exhibición
de mares y montañas (…) la naturaleza
esa sempiterna vieja chocha.’
Huysmans, A rebours.

Escribir como se nos da la gana,
sin laúd,
un idioma para ladrar desde las tablas del escenario.
No esta literatura, como dijo Martín Adán,
que ‘huele a ropero de vieja
con vagos efluvios de tomillo,
llena de vagos pecados que no llegan a cometerse’.
¿Pero se puede acaso escribir sin censura,
vale la pena decir todo?
Se hizo la pregunta a sí mismo
pero era en realidad una pregunta retórica.
Antes de proseguir dijo;
allí están las cosas, exigiéndonos ser justos;
allí están las cosas, reclamando ser violadas.
Sólo que él ya no tenía imaginación —reconoció, apenado;
apenas una memoria insomne, poblando el mundo de citas.
¿Y cuál era el mundo?
El primer beso ocurrió en un potrero, sembrado de trigo.
La primera caricia, bajo una cascada.
Todo sospechosamente cinematográfico
pero la realidad, ya carente de brillo,
sólo aspira a la inmortalidad de una fotografía.
Seguiremos así, recalcó, presos en el malestar,
conscientes de que el paisaje no son más que mosquitos.
Obnubilados, él y sus alumnos, por ráfagas de sueño
—eran las dos de la tarde—
comenzó a desplegar una sucia bondad tolerante:
el arte es un sueño que embellece la tierra.
Bribones acomodados, ruines alcahuetas
y ningún verso que les haga justicia.
O en un país aletargado
la rabiosa perplejidad de estar vivos.
Sin embargo en esta ciudad
donde priman el desgreño y la malicia
se escuchan de súbito plegarias febriles:
‘No hay nadie como tú: me matas de la dicha.
Tócame aquí: lo más bello son mis senos’,
y la insolencia de decir ‘me gustas’.
El poema evidentemente quedó trunco.
Ahora lo sabía: la insubordinación total
no es más que una modesta red de costumbres regulares.
El mayor compromiso: carecer de ellos.
Ante lo cual no resistió la tentación
de intercalar otra cita:
‘Una mujer es algo para una noche.
Y si estuvo bien para la siguiente.
¡Oh! Y luego estar-con-uno-mismo’,
—que rabien las feministas—.
Sabiendo que la originalidad
no corresponde a un profesor
abrumado de clases, concluyó así:
un leve matiz personal en el flujo de lo ya sabido.
Al salir del aula vio por primera vez
el desaforado arrebato con que las veraneras
se consumían en su incandescencia azul prusia.
Ellas refutaban, alegremente, todas sus teorías.

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