Nos toma sin un porqué,
sin hora señalada,
sin un tímido ademán sobre la espalda;
franquea el instante su presencia advenediza,
pálida huésped
con su viudez de fiesta.
Y se asila en silencio,
fibra a fibra
se instala en nuestro lecho y nuestra mesa,
trasgrede todo muro, toda puerta
donde el alma se defiende
en pro y en contra.
¡Ah, tristeza!
¡Tristeza!
Parásita insaciable,
necrófaga voraz,
te nutres de pretérito, revuelcas viejas ruinas.
Exhumas, siempre exhumas
las desoladas momias
que celan y vigilan batallas y naufragios,
soberbios esqueletos
de fracasadas fugas.
Engulles los despojos, cadáveres de sueños.
una pena extraviada, un rencor que no te atañe.
Entonces
lloramos la certeza
de un río subterráneo
que crece entre los huesos
y mucho más adentro.
Y el río se vuelve mar, y el mar se torna eco
que repite honda tras honda
idéntico lamento.