A don Álvaro de Luna,
condestable de Castilla,
el rey don Juan el segundo
con mal semblante le mira.
Dio vuelta la rueda varia,
trocó en saña sus caricias,
el favor en amenazas
privaba, mas ya no priva.
Ejemplo dejó en la tierra
porque el hombre mire arriba:
no hay seguridad humana
sin contradicción divina.
Una siesta, el Condestable,
que dormilla no podía,
con su secretario a solas
d′esta manera replica:
‘Hoy el rey no me ha hablado,
miróme de mala guisa,
dejáronme venir solo
las gentes que me seguían:
Traidores que me quieren mal
y con el rey me malsinan;
él es fácil, falsos ellos,
venceranlo si porfían.’
‘Condestable, mi señor,
el mar brama, el aire arrima
tu nave a enemigas rocas,
amaina porque no embista.
Sigue, cual la sombra al cuerpo,
a la privanza la envidia;
aprisa subiste al trono,
¡guarda no bajas aprisa!
La pompa humana tú sabes
que engendra ambición malquista,
pesadumbre, que en el aire
está de un cabello asida
a los pies del que te arroja,
dile:
‘Señor, resucita
‘este muerto a la tu gracia
‘pues fue tu gracia su vida.
‘Grande amor nunca se acaba
‘sin dejar grandes reliquias,
‘que disculpen del amado
agravios y demasías.’
Tendrán tus amigos gloria,
tus enemigos desdicha,
tu verdad victorias claras,
claras penas tus mentiras.
La humildad todo lo vence
con los reyes, las porfías
son vaivenes peligrosos,
don miserable caída.’
Esto dijo el secretario;
triste el Maestre suspira,
diciendo que a Dios ensaña
el hombre que en hombre fía.