¡Ay, qué desconcierto
estar aquí, sin amor!
Tiembla la primavera
en cada miembro mío;
el aire engarza pájaros,
las nubes se desposan
como un príncipe rubio que las viste de oro;
un vegetal desmayo
desnuda a las doncellas, desnuda a las acacias…
¡Yo aquí, sin amor! Mar de alhelíes,
de fresca y limpia yerba; mar de jóvenes cosas:
pájaros, niños, árboles…
¡Qué oleaje de flores
sobre los claros días!
Y yo aquí, sin amor. Los ojos llenos
de verdes resplandores,
el corazón latiéndome
dulce, tibio, asequible, claudicante,
los labios entreabiertos
para beber el aire, para beber las flores, para beber la vida.
¡Amor! ¡Qué bien se dice! ¡Qué nombre más hermoso!
Decirlo dulcemente,
clavarlo como un dardo
finísimo al oído:
¡Amor…! -Mejor que el beso, la palabra caliente,
mejor que la caricia: Amor… -tan delicada
que, al decirla, la lengua se desnuda,
se perfuman los labios
y el corazón estalla
como un botón de rosa.
Amor, ¡tú gobernando; tú creando la vida¡
Amor, ¡Y yo aquí, tan sola como un pozo de agua!