Escucha, susurrante, el tiempo de las estrellas,
la silabeante madrugada que se acerca.
Escúchate el cuerpo que tembloroso aguarda,
la llave desolada del abrazo, el trémulo contacto,
la mano que te cierra los ojos, la tierra que se abre
con ignorados frutos. ¡Levántate, dormida!
La noche final te atraviesa,
todo el mundo nos atraviesa, nos envuelve.
Mi cuerpo está en ti.
Nuestros cuerpos gimen a través de la tierra.
Muerdo el gozo del rocío y levantamos las banderas del amor
en lo alto de los edificios orgullosos.
Y en ti tomo la humedad de los bosques,
las solitarias fuentes escondidas.
Y liberto en tu sangre los ríos en esta hora de las colinas que se
estremecen,
ahora que tú rasgas la noche que se aleja,
y yo surjo de ti, nutrido de tu amorosa profundidad.