*Ya pasó el tiempo en que me acercaba a ti como a un
almácigo. Entraba en tu ámbito extenso, casi
inconmensurable, más allá del contexto, como
quien entra más allá de sí mismo al páramo
donde se encuentra. Me quedaba mirándote sin
escribir, era como la misma hora siempre, era
como una paz
o una especie de paz. Desaparecían las tensiones. Era
como una especie de paz en extinción.
*No había árboles
pero tampoco guerra. Yo sabía que al entrar en ti, como
quien entra en tu lugar, no iba a ganar el premio. Y todo
lo que tenía encima me presionaba. El sol, siempre, es
una gran presión.
*Yo era los animales.
Yo era los animales pacificados
pero no por tu música sino por tu silencio. Por los
acordes que no oía, por las voces
que no escuchaba, hay una prolongación, muy extraña,
de rododendros. Yo logré ser -y ese es mi triunfo-
un silencio de los animales esperando de ti
o una especie, una señal.
*Estoy quitando dar,
estoy quitando dar al entrar en ti,
no estoy dando,
estoy quitándole a Gabriela,
estoy quitándole a Alejandro,
no soy, al entrar en ti,
mi segundo nombre. Amor, juegos contigo, miradas
al cielo -¿cómo es posible que existan estos árboles
sobre el cielo, tan ausentes de nosotros?-
No es que no los quiera: necesito pedir perdón.
Por eso entro.
*Dividí el mundo en dos, lo partí.
Están los que dan
y están los que no dan. Es muy simple.
Está el sol, ese huevo tan extraño que ya no
recuerda nada, y está la luna más extraña,
aún estando el sol, en su continuidad.
No recuerda su propia creación, su momento.
Y siento que una frontera me sigue.
*Yo no entraba en ti buscando poesía,
ni extraños frutos, ni paraíso, ni
manifestación. No tenía la menor idea
de lo que era una epifanía 0 un dejarse,
un caer. Entraba buscándote a ti.
La carne que me diste vino sola,
no pedida, como pulpa de Dios. Pero entonces
-yo no pedía nada, yo no sabía nada- ¿por qué
me culpo?