En la noche por fin,
sombrío oasis de los tórridos
arenales del día, largamente,
me he sumergido,
y he disuelto la sal de la tristeza,
y me he purificado
el corazón mordido de impaciencias.
Con los miembros ligeros
lavados por la sombra,
salgo al paso del tiempo libremente.
Ahora ya no tengo retención,
ni designios, ni errante
gimo desposeído.
Y toda esta hermosura desbordante,
ahora abandonada,
si con asentimiento le sonrío,
como mía me expresa.
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