Quién tuviera todavía
aquella suave elegancia
de rimar Francia y fragancia
como Lamartine hacía.
Quién tuviera todavía
en el cristal de los ojos
un bergantín viajero
con el amor verdadero
de los crepúsculos rojos.
La vieja melancolía
de cerrados caserones
junto a abandonados huertos
y de los sonidos muertos
que tienen los esquilones
la muerta melancolía.
Quién pudiera todavía
vagar como los vilanos
en deriva silenciosa
hasta la fosa
y si estuviera en mis manos,
quién pudiera todavía
morir de melancolía.
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