Te despiertas y miras. La penumbra
es como un horizonte descompuesto.
Otros mundos pudieran ofrecerse
detrás de los espejos o al fondo del armario.
Vuelve el rostro pues sabes
que el mundo es sólo tú y que estarás
a su izquierda dormido, en el dominio
de la inquietud tan cómoda que ofrece el abandono.
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