En esta vieja casa; en los olivos viejos;
en la noche templada con la hierba que baja
pisando el blando musgo con un olor a paja
mojada; en el silencio que se oye a lo lejos,
tan terco su latido como pulso de vena,
de ansiedad y de sueño; en el sordo zumbido
de la mosca postrera; en el oscuro nido
que vació el olvido; en la hierba que estrena
su corpiño más verde; en el fuego discreto
que esparce por la estancia recuerdos inefables;
en todos los sonidos sombríos y admirables
donde se cifra un símbolo y se cela un secreto;
en todo lo que, muerto, cobra de nuevo la vida;
en las viejas palabras gastadas como tramos
de la secreta escala y en los fúnebres ramos
de este octubre en Las Viñas; en la llama encendida
y en la suma de cosas que vuelven cada año
sin variación a hacer otoños de la nada;
en la repetición y en la costumbre amada
se descubre el temblor del más hondo y extraño
sentimiento del alma: el tiempo nos devuelve
a un lugar sólo nuestro, sin ayer, sin futuro,
donde por un instante el hombre se hace puro
y acepta la verdad de todo lo que vuelve.