Un instante la silla ha regresado
a su lejano árbol
con sus verdes tatuajes ya secos.
Sus pájaros están dispersos, muertos,
y la manada del rugoso cuero
yace plegada bajo las tachuelas.
Ya no hay más que silencio nivelado
bajo la sombra de un follaje extinto
donde se curte todo su misterio.
Fiel a sus tablas, sólo da reposo,
cuando en tardes la hemos recostado
a la pared, ahogando una memoria
de días que crecieron como un árbol
y la vida tronchó por cosa muerta,
claveteada con viejos pensamientos.
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