Acabas de llegar.
Cruzaste, en solitaria caravana, un desierto de sábanas,
las venas en sus múltiples ramas abrazando.
Atrás están quedando los montes calcinados;
la saeta que rompe la ventana del yodo;
la larga enredadera de los nervios;
el muelle negro donde los sueños de la noche zarpan.
y ya no escuchas las voces del mundo de fantasmas.
Estás radiante, nueva, completa, y hasta un poco celeste,
al emerger del reino prohibido de las sombras.
Estás triunfante, diáfana, infantil y hasta un poco felina.
Lo fosco de la noche en ti fue derritiéndose,
olvidada la pena aguda de tu entraña.
Surge la única voz, con la esperanza;
la cortina incitante que descorre el mañana,
el fruto nuevo del dolor, tan bienamado,
y la centella poderosa de tu grito,
no ya de soledad ni de pavor ni hielo:
de entera dicha sin baldón ni frío.
Hasta encontrarte incólume,
espérame, triunfante, a la otra orilla del dolor.