Amiga de la noche, reluciente,
lúcido disco de la luna:
avanzas junto a mí por la playa, iluminas
estancias con espejos para amantes
a los que aflije el plazo de una noche.
Tú y yo cruzamos la ciudad caída.
Hay hojas de periódico arrastrándose
como heridas de guerra, son gaviotas
que mueren en el agua de algún muelle.
También cartas de amor que pasan cuentas
como viejos recibos de negocios.
El viaje hacia la sombra nos exije
decidir compañía: yo he escogido
esos ríos espesos, relucientes
de dos armas doradas, dos trompetas:
una cálida y negra, la de Clifford
como un fuego en la nieve de las calles
y la blanca, que apenas puede oirse
en la pútrida noche con letreros
de los hoteles tristes de Chet Baker.
Paso junto a amenazas de paredes
y escaleras de metro con los bultos
de los que duermen bajo los cartones.
Son las sombras que tocan en la noche.
Esperaba un acuerdo sobre fines
y nunca hallé finalidad alguna.
Esperé incluso la pasión del náufrago
por encender un fuego frente al mar
pero nadie deseaba ser salvado.
Creí que contaría con la gente
en asuntos de versos y valores.
No sabía que todas estas cosas
sólo indicaban cómo envejecía:
de pronto todo el mundo estaba lejos
y, mientras, yo escribía este poema
sabiendo que el mañana estaba hecho
de un arte para mí desconocido.
Conocí a una mujer: bailaba y, juntos,
escuchamos un «Autumn leaves» como este
que en la Rambla, magnánimos, los plátanos
murmuran con las hojas en la noche.
Era una mujer de orden, tenía bellas manos:
¡Dios, era mi mujer! Cómo bailaba
cantándome al oído cada pieza,
cómo reía cuando la abrazaba.
Hoy abrazo a la noche y escucho el «Loverman»
en el que Parker equivoca el tiempo.
Los faroles lejanos son los ojos
vidriosos de algún perro.
La música consuela, nada más:
está dentro de mí junto a mis penas,
interpretándolas con claridad
y sentimiento, aunque sin esperanza.
Ya cayó la ciudad de mi futuro.
Camino entre leyendas pisoteadas
del otoño del cuerpo pero aún
hallo hospitalidad en un relámpago
del Café de la Ópera: entre tanto,
al final de la Rambla, en los peldaños
que bajan por el muelle de barcazas,
una sirena muerta está flotando
y es arrastrada por las sucias aguas.
Remolcadores entre la niebla de Joan Margarit
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