Sentarme al lado tuyo
es como al junco verde el frescor del arroyo
como la rama al ave en el azul flotante.
Y mirarte es igual que morir y vivir al mismo tiempo
llevado en una ola dulce-amarga
que a la vez llora y canta.
¿Te miraré, amor mío.
volveré a mirarte como tú quieres?
Te miraré otra vez,
no lleno de un amor semejante a la jara,
ni como las aguas que pasan
mas con mirada de hombre enamorado.
Te miraré otra vez con mirada de hombre
y sentado a tu lado volveré a estar triste
porque no se abren en nosotros dichosamente las rosas
que duermen soñando
con besos,
porque se ahoga nuestra primavera,
porque somos como tierra estéril donde no hay jara y junco entrelazados,
porque la mirada no calma, sino enciende,
porque el don del cuerpo cuando el alma se ha dado
es el encuentro de dos ríos de ternura,
porque Amor es un dios que no aplacan ofrendas de amistad,
porque el cielo está azul y en las montañas cantan los
pájaros y el viento,
porque estamos tan lejos cuando nuestras vidas debieran fundirse
como dos antorchas de cedro que se consumen en una sola llama,
en la llama del cuerpo y del alma,
del hombre de tierra y de cielo,
de este ser nuestro virginal y terrestre
celestial y culpable y sin embargo bello.
Por eso
te miraré otra vez mas no como tú quieres
porque yo no soy un ser como esos que pasan
y se desvanecen en las páginas de un sueño
sino un hombre que se alza desnudo de la tierra
dorado por el sol, enrojecido y violento,
un hombre que se yergue frente al mundo, de pie,
y te elige entre todos y te llama su amor.
Por eso
te miraré mas no como un espíritu
sino con mirada de hombre que aún tiene en sus manos
el barro de la tierra
te miraré, mas no como al arroyo
sino como se mira a quien se ama.
(Los arroyos no fueron amados todavía por nadie.
Narciso no adoró nunca sus aguas.
Era su propia imagen la que en ellas veía,
y era a ella, a su propia figura, a la que amaba.)
Por eso
yo no te miraré como a la jara
pues la jara, ¿para qué serviría en este bello mundo
sino para aromar el fresco lecho de los amores?
Así yo te amo con amor de hombre.
No se puede esquivar este cuerpo de tierra
tan bello,
los ojos y los labios,
el cuello, las mejillas y los brazos y el pecho
y los pies y las piernas, la cintura y los hombros
y el alma que es en ellos
una segunda piel más sutil y brillante,
el alma que es como un perfume límpido
que delicadamente nos baña todo el cuerpo.