Por la cautiva playa marinera
–centauro casi, casi profecía–
sobre una resonante jerarquía
alzaba su esperanza aventurera.
De sangre era la cruz no de madera;
de hierro la palabra y la osadía;
y en el color de la mirada fría
iba el peligro de su llama entera.
Encima del clamor y de la muerte,
con el seguro paso del más fuerte,
volviendo imponderable su figura.
El mundo roto le encendió las iras
y entre caballos, flechas y mentiras,
se hundió en la almendra de la tierra pura.
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