Oscura era tu vida en aquel pueblo.
Lo conocías todo, el muro, la calleja,
el viejo Ayuntamiento, destartalado y húmedo;
la fuente, la estación, la sacristía.
La tuya debió ser juventud de ojos grises,
capa con vueltas rojas, paseos a caballo,
novia en Doña Mencía o en Lucena,
versos de amor y de contrabandistas.
Al repasar los viejos caminos de las viñas
no pensabas en nada ni veías siquiera
los lagares, los pobres arrieros,
la Ermita de la Virgen en las cumbres.
Tan hondo sentimiento invadía tu alma,
que no acertaste nunca a decirlo en poesía.
¿Quién dirá la belleza solitaria del lirio?
Por la flor más humilde la palabra es vencida.
Sufrimiento adorable de sentir cómo es bella
la tierra en que nacimos y no poder cantarla,
a no ser una noche de primavera triste
con la guitarra oscura de vinos y nostalgias.
Mientras otros en las ciudades, aplaudidos
como tenor de moda, recogían el triunfo,
tú, lento por la luna, a tu casa volvías
desde la reja del amor nocturno.
El alba despertaba corrales y sembrados.
La mañana encendía su fresco vocerío
de racimos, semillas, animales.
Camino de la fuente pasaban las muchachas.
Y tu conocimiento era amor y caricia
que rozaba las cosas por miedo a despertarlas
de su encanto letárgico, como conversaciones
de otoño en el crepúsculo durmiente de las parras.