Noche desoladora, fiel imagen
de mis continuos bárbaros tormentos,
no cese tu rigor, no tus furores;
el hórrido silbido de los vientos,
el rayo desprendido de la esfera,
el ronco son del pavoroso trueno
halaga un corazón desesperado.
¡Ah! perezca en tu horror el universo,
perezca la morada que mantiene
al hombre entre los hombres más perverso;
anégale en tus aguas, mar undoso,
y entre tus ondas su cadaver yerto
suba al Olimpo y del Olimpo baje
a sepultarse en el profundo averno;
mas tú te calmas; ¿eres insensible
a mi fatal plegaria, a mis lamentos?
¿Eres como Faon? ¡ay! ni su nombre
piadoso vuelve a repetir el eco.
¡Espantosa quietud! Todo enmudece,
y al tormentoso horror sigue el silencio.
Las negras furias que mi amor persiguen
me privan hasta el bárbaro consuelo
de ver el orbe vacilar al choque
de los embravecidos elementos.
Vecina el alba, volverá a la tierra
el marchito verdor; placido el cielo
ofrece al fin serenidad y vida.
Hoy, por la última vez, el firmamento
verán mis ojos de llorar cansados.
Sol, apresura tu brillante vuelo;
verás a Safo en su postrera angustia
perecer, u olvidar su ingrato dueño.
Safo de María Rosa Gálvez
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