…l’heure ou l’essaim des rêves malfaisants
tord sur leurs oreillers les bruns adolescents…
BaudelaireA Vicente Aleixandre
Es ese pez oscuro que, nadando en lo hondo,
nubla el rostro moreno de los adolescentes.
Es el quieto relámpago, la luz lunar maléfica
que hace palidecer a las claras muchachas.
Un barro palpitante de posibilidades,
de vagos sapos, plantas de verdosas raíces
que pasan poco a poco de lo inerte a lo vivo;
de sombras fugitivas, de luces sepultadas.
La Fuerza se desliza siempre por las tinieblas.
Está en nuestras cavernas ignoradas y horribles,
tiene serpientes turbias en lo hondo de los vientres,
ataca por la espalda, nos arrastra de pronto.
La Fuerza llega al hombre cayendo desde arriba.
Le es ajena, y en todos es la misma; por eso
tiende a pasar bajando, como un río en cascadas,
a través de los hijos, rumbo a un mar ignorado.
Empezó con el tiempo. Dios la infundió en el hombre
con su soplo a través. Por eso se anonadan
los cuerpos con placer bajo su puño oscuro,
liberando ese impulso que tenían cautivo.
Ved los hombres llevados a rastras por su viento.
¿Qué somos en sus manos? Lo que creemos nuestro
no es más que la obediencia a un oscuro destino.
Pasa, y de nuestra fuerza sólo quedan cenizas.
Ved la sangre incendiada subiendo a las montañas,
empujando las ruedas, cabalgando los vientos,
amargando los mares y tiñendo las nubes.
Es la Fuerza, esa Fuerza única y sobrehumana.
Ved los ojos ardiendo del hombre enamorado,
con la ansiedad a cuestas de su sed sin descanso.
Es la Fuerza, cortada en mitades que cantan
y quieren proseguir las unas por las otras.
Ved al hombre gemir como un niño en la noche,
vedle doblarse, frágil, como flor agostada,
vedle temblar, llorar, igual que un desterrado
a orillas de ese mar nocturno de la Fuerza.
Mirad hombre y mujer cayendo como montes,
como torrentes ciegos uno en brazos del otro.
El mundo se vacía y se cumple en su abrazo,
mediodía de vida, éxtasis, plenitud.
El hombre no la entiende. No es suya. Va de paso.
Y grita allá en lo oscuro, como un pájaro ciego,
y aplasta, y quema, y ruge, y marchita lo verde,
y reseca la carne con su soplo de llama.
Al pasar, roza al hombre con sus alas negrísimas.
Profundiza sus ojos con lo que no se entiende,
y contagia de noches y abismos con su huella.
Es un místico río que nos atravesara.
Un río con reptiles difusos y gusanos,
y oscuridades verdes sobre limos ambiguos.
Pero un río celeste, de éxtasis y misterio,
que incendia nuestro cuerpo de eternidad y Dios.