Salmo de la raíz del amor de José María Valverde

…l’heure ou l’essaim des rêves malfaisants
tord sur leurs oreillers les bruns adolescents…
Baudelaire

A Vicente Aleixandre

Es ese pez oscuro que, nadando en lo hondo,
nubla el rostro moreno de los adolescentes.
Es el quieto relámpago, la luz lunar maléfica
que hace palidecer a las claras muchachas.

Un barro palpitante de posibilidades,
de vagos sapos, plantas de verdosas raíces
que pasan poco a poco de lo inerte a lo vivo;
de sombras fugitivas, de luces sepultadas.

La Fuerza se desliza siempre por las tinieblas.
Está en nuestras cavernas ignoradas y horribles,
tiene serpientes turbias en lo hondo de los vientres,
ataca por la espalda, nos arrastra de pronto.

La Fuerza llega al hombre cayendo desde arriba.
Le es ajena, y en todos es la misma; por eso
tiende a pasar bajando, como un río en cascadas,
a través de los hijos, rumbo a un mar ignorado.

Empezó con el tiempo. Dios la infundió en el hombre
con su soplo a través. Por eso se anonadan
los cuerpos con placer bajo su puño oscuro,
liberando ese impulso que tenían cautivo.

Ved los hombres llevados a rastras por su viento.
¿Qué somos en sus manos? Lo que creemos nuestro
no es más que la obediencia a un oscuro destino.
Pasa, y de nuestra fuerza sólo quedan cenizas.

Ved la sangre incendiada subiendo a las montañas,
empujando las ruedas, cabalgando los vientos,
amargando los mares y tiñendo las nubes.
Es la Fuerza, esa Fuerza única y sobrehumana.

Ved los ojos ardiendo del hombre enamorado,
con la ansiedad a cuestas de su sed sin descanso.
Es la Fuerza, cortada en mitades que cantan
y quieren proseguir las unas por las otras.

Ved al hombre gemir como un niño en la noche,
vedle doblarse, frágil, como flor agostada,
vedle temblar, llorar, igual que un desterrado
a orillas de ese mar nocturno de la Fuerza.

Mirad hombre y mujer cayendo como montes,
como torrentes ciegos uno en brazos del otro.
El mundo se vacía y se cumple en su abrazo,
mediodía de vida, éxtasis, plenitud.

El hombre no la entiende. No es suya. Va de paso.
Y grita allá en lo oscuro, como un pájaro ciego,
y aplasta, y quema, y ruge, y marchita lo verde,
y reseca la carne con su soplo de llama.

Al pasar, roza al hombre con sus alas negrísimas.
Profundiza sus ojos con lo que no se entiende,
y contagia de noches y abismos con su huella.
Es un místico río que nos atravesara.

Un río con reptiles difusos y gusanos,
y oscuridades verdes sobre limos ambiguos.
Pero un río celeste, de éxtasis y misterio,
que incendia nuestro cuerpo de eternidad y Dios.

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