En un rincón oscuro del infierno
el amigo Luzbel está en cuclillas,
la siniestra descansa sobre un cuerno
y en la diestra se apoyan sus mejillas.
Muy grave debe ser lo que sin bilis
medita hoy la majestad candente;
pero… ¡Silencio!… ¡Dio con el busilis!
que rápido se para, y en la frente
dándose una palmada con arrojo,
grita fuera de sí: «¡ya caigo!… ¡cierto!
Es tuerto aquel a quien le falta un ojo;
porque teniendo dos, ninguno es tuerto».
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