Amor circulus est bonus, a bono
in bonum perpetuo revolutis.
S. Dion. Areop.
En un anochecer, al oriente, mi duelo
buscaba por amor las figuras del cielo,
pues ya temía el alma su peligrosa ruta,
el sol en la Balanza y el otoño sin fruta.
Lejos de tu verdor aguerrido, Esperanza,
y de las rumorosas provincias de la danza;
sordo a los timbaleros ya sus muchos timbales
yo recorría el prado, con mis tres animales:
al frente la pantera de acerado riñón;
siguiendo mis pisadas, la loba y el león.
Porque temía el alma su grande soledad
rasgó su vestidura, se fue de la ciudad:
atravesó la puerta de los Bueyes, corría
desnuda y escupiendo los sabores del día,
en un anochecer, al oriente. Si el llanto
fue su virtud primera, no lo dirá mi canto.
Y, mi mano pobre, alzaba mi corazón al Este,
mendigando no sé qué moneda celeste,
cuando mi Consejero, perdido enhoramala,
volvió por el sendero de la escala y del ala,
con su manto de gala y el halcón forastero
que no mueve las plumas en el canto primero.
Detuvo su caballo. Me dice:
«Fiel amigo,
¿qué imploras a la noche, con lengua de mendigo?
«Amigo fiel, responde si hallaste a mediodía
los puentes y caminos de la melancolía;
«o si has medido el mundo con tu compás, y cierra
tu mano el espinoso tratado de la tierra;
«que así lo anuncian tu desaliño tremendo
y tu frente nublada, sobre el puño cayendo.»
Le respondí:
«Señor amoroso, no es vano
pesar el de la frente que se rinde a la mano:
«si prometió el verano y el otoño no miente,
al hueco de la mano va la fruta y la frente.
«Señor, ¡bien reconozco tu línea de jacinto,
tu lengua numerosa, las armas en tu cinto!
«Por este Laberinto, llevado de tu prosa,
dejé, mal caballero, nobleza, risa y rosa;
«y es tanta mi pobreza, que dudo si sabría
darme la noche aquello que me ha robado el día.» […]