Señorita:
Usted es una primavera
total,
definitiva.
Si en la vida todo el mundo se pareciera a usted,
no existiría la miseria
ni el dolor, ni el hambre.
Los arados cantarían una canción de frutos y la tierra
al sentir los pasos de la aurora
sobre su piel morena
se despertaría llena de optimismo
y más deseosa de ser madre
de sonoros vegetales.
Si los ríos se parecieran a sus cabellos,
en cada una de sus translúcidas escamas
viajaría complacida
una semilla de ternura.
Las armas no tendrían necesidad de existir
si la brisa que sopla
sobre los dolientes cuerpos de muchos países
fuera igual a su aliento.
Si la vida en todo el mundo
se pareciera a usted,
habría paz, trabajo y progreso.
Señorita:
Háganos un favor a los seres humanos
que vivimos pisoteados,
a los que jamás hemos tenido
un castillo de espumas frente al día
a los que nunca hemos sabido
lo que es sentir un sol
revoloteando dentro del pecho,
a los que masticamos sombras
por masticar violines
a nosotros
que somos cadenas de sufrimiento
aparentando hombres.
Háganos el favor, señorita.
Enséñele a la vida a ser como usted. Usted puede.
yo estoy seguro de ello.
Háganos el favor.
No se niegue.
Oiga: Todo lo que debe hacer es esto:
Sonreír con esa sonrisa
que tiene más luceros
que átomos el mundo.
Sin dejar de sonreír párese frente a la vida.
Dígale que la mire fijamente…
Y si no la comprende, háblele claro.
Insúltela por sucia,
por mugrosa,
por antihigiénica.
Dígale que se bañe.
Que se peine.
Que se cure esas pústulas
que le cubren el cuerpo y que parece
manchas de tinta señalando
poblados en un mapa.
Después,
enséñele a sonreír como usted:
con ciclones de amor.
Porque eso es lo que necesitamos: Amor.
Háganos el favor, señorita.
Enséñele a la vida a ser como usted.
Usted puede.
yo estoy seguro de ello.