RESPUESTA AL EXCMO. SR. D. MATEO SEOANE
Pálida insomne, lánguida doliente,
sombra tan sólo de criatura humana
ya consumida por la fiebre ardiente
viene de las orillas del Guadiana.
La copa de cristal donde bebía
el agua, que a mi sed siempre era poca
al acercar mi enardecida boca
una vez y otra en sangre se teñía.
Mortificado por tenaz punzada
y de violento palpitar rendido
era del corazón cada latido
un dolor en mi fibra lastimada.
Fatigaba la luz mi vista errante,
ahogaba el aire mi oprimido pecho
y aunque jamás abandonaba el lecho
dormir no me era dado un solo instante.
Las lentas horas de la noche triste
las pasaba gimiendo y delirando
y por la muerte sin cesar clamando
único bien al que doliente existe.
Y ya la muerte al fin compadecida
sus negras alas hacia mí tendiendo
iba a llevarme al ámbito tremendo
término silencioso de la vida.
Pero una mano fuerte y salvadora
con enérgico afán asió la mía;
una mirada fija, escrutadora
a iluminarme vino en la agonía.
Era la luz brillante de la ciencia,
implacable enemiga de la muerte
que vivifica el corazón inerte
que anima con sus rayos la existencia.
Erais vos, erais vos, sabio maestro
de la doliente humanidad amigo;
yo debo la existencia al saber vuestro
yos amo y os respeto y os bendigo.
Y otros seres también dulce memoria
de esa ciencia benéfica guardando
al pobre ingenio mío están rogando
que agradecida escriba vuestra historia.
Vuestra vida, señor, escribir quiero
aunque modesto rechacéis su idea,
no porque el mundo mi talento vea
que nada dél para mi gloria espero.
Vuestra vida, señor, a escribir voy
pues si la escribo porque viva estoy,
y en ella expresaré lo que habéis sido
a Dios y a vuestra ciencia lo he debido.