(Al compañero)
Sentémonos allí bajo la sombra
de los granados frescos…
y mientras rueda entre mi boca el grano
sazonado y rojo,
me dirás qué has hecho
desde aquella mañana desteñida
en que por azulados horizontes
el tren humeante
se perdió a lo lejos…
Sentémonos allí sin más testigo
que la celeste claridad del cielo,
no hagas caso del río,
ni del viento que mece los cañales,
ni del espino que en hilera muda
perfuma el ocre pedregal del cerro.
Contéstame, ¿en qué ocasos
hundiste el nido tibio
que con mis manos ahuequé
en tus dedos?
¿En qué copas vaciaste las caricias
que delirante deshojé a tus besos?
¿Por qué licor
cambiaste los peluches
rosados de mis senos,
que entre tus manos semejaban
lirios de ternura
o cámbulos de fuego?
¿Qué hiciste pues
de aquella rosa viva
que fue para tus vértigos
mi cuerpo,
cuando tronchaba, palpitante y muda
te dio su savia en el dolor de un rito
y en la infinita languidez de un beso?
Sentémonos allí bajo la sombra
de los granados frescos…
y que el secreto sollozar del alma
cubra de nieve el llamear del cuerpo!