Si con suspiros de llamaros trato,
y al nombre que en mi pecho ha escrito Amor,
de que el Laude comienza ya el rumor
del primer dulce acento me percato.
Vuestra realeza, que hallo de inmediato,
redobla, en la alta empresa, mi valor;
pero ¡Tate!, me grita el fin, que honor
rendirle es de otros hombros peso grato.
Al Laude, así, y a reverencia, enseña
la misma voz, sin más, cuando os nombramos,
oh de alabanza y de respeto digna:
sino que, si mortal lengua se empeña
en hablar de sus siempre verdes ramos,
su presunción tal vez a Apolo indigna.
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