Si el cerco de mi brazo te ceñía,
era porque el amor me lo mandaba.
Si de lejos y quieto te miraba,
era porque el amor me lo pedía.
Si con un claro beso te quería,
era porque el amor me lo ordenaba;
y si yendo a tu lado me apartaba,
era porque el amor me lo exigía.
Así, cuando te digo que te quiero,
igual que cuando no te diga nada,
hago, mujer, lo que el amor me ordena.
Y el día en que te digan que me muero,
lo mismo que mi vida enamorada,
será mi muerte enamorada pena.
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