Si te llamo azucena, si te llamo,
¿a qué jardín del mundo no le obligo?
Si te digo romero, si te digo,
¿a qué monte del mundo no reclamo
que tenga tu color y olor? Te amo
por el romero en ti, porque te sigo
como a jardín del alma que te digo,
como monte del alma que te llamo.
Y con tanto nombrarte y renombrarte
sin variar de nombre, a cada cosa
bella, la voy llamando con mi acento
y la dejo morir al silenciarte,
y si digo azucena y digo rosa,
las nombro a ellas, pero a ti te siento.
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