Sangre de un dios resplandece en los labios que cantan.
Un grito morado de violetas endurece las piernas
de los que pisan alas cautivas en la tierra abrasada.
Piedra y cielo confunden su deslumbrante latido
en el doble furor de esta hora pánica. El alma,
luminoso polen del cuerpo floral, estalla.
La hermosura espera que alguien rendido la adore.
Sus ríos numerosos la música en la sangre retarda.
De sol en sol, de cielo en cielo, se despeña soberbia
la nebulosa potencia del animal en celo.
Eternidad fulgurante destella en el instante desnudo.
Montañas estivales agitan su melena de ménades.
La tierra entreabre sus labios en los valles ocultos.
Los muslos del agua se desgarran en rocas amantes
y su lascivia esparce escándalo de reflejos y espumas.
Aguda fragancia de virgen planea aérea
sobre el oro ondulante de los gramíneos prados.
Oh seducción dispersa por la soledad encendida.
El vagabundo fauno suspirador del viento
con su viril resuello aviva el fuego azul
que desparrama el cielo, seminal, sobre el mundo.
Dichosa angustia hace crujir huracanados, tensos,
rígidos seres recorridos por fuerza sagrada.
Los irritados dioses de la carne gloriosos se yerguen
y todo lo subyugan a su solar potencia meridiana.