Para poder decirte lo que ansío
busco lo más sutil, lo más celeste,
lo que apenas se acerque al alba pura
de iniciar su existencia,
sin haber sido herido
ni por una mirada
ni tampoco por nadie imaginado.
El aroma del sueño,
la estela sin color que va quedando
cuando la nube avanza,
la oración que se eleva de la espuma
al nacer y morir,
la queja que pronuncia la corola
cuando vuela el rocío
o el íntimo gorjeo
del agua que abandona su venero:
no pueden ayudarme
porque ya están violados sus secretos
y opacan la avidez
del solo intento de querer pensar
lo que anhelo decirte.
No hay palabra, ni canto de paloma,
ni roce, ni suspiro, ni silencio,
que puedan expresar la frase virgen
con que yo quiero hablarte.
Es idioma que traigo sumergido
en estado naciente, inmaculado,
que lucha atravesando mis tinieblas
como la luz de estrellas ignoradas
que viene, desde siglos, descendiendo
para tocar la tierra…
Así es la profunda voz sedienta
que llevo atesorada
como raíz de antigua resonancia
en mi marino caracol de entraña,
y que vive conmigo, desde siempre,
brotando del amor inapagado
del amor primitivo de otros seres
que amaron antes, con el mismo amor,
y prosiguen en mí
fundidos en espera
enamorando aún lo inalcanzable.
Para poder decirte lo que anhelo
me falta lo inasible, lo perfecto,
y al no poder tenerlo:
con sombras duras, con dolor desnudo,
con el creciente caos de mi delirio
y el humo intacto del callar que oprimo,
escarbo el pozo donde entierro a solas
la forma del intento,
el inmóvil temblor
de quererte expresar los inexpresable.