Hagámosle caso a Simeón, oigamos
sus consejos, sus prédicas, sus advertencias
porque nos habla desde un sitio perfecto.
La sabiduría
consiste en encontrar el sitio desde el cual hablar.
Simeón nos habla desde lo alto de una columna
de piedra marmórea
que ha tallado
y plantado en medio del desierto.
No está, pues, ni en el cielo ni en la tierra.
Arriba, en el cielo,
vuelan los ángeles de ojos blancos
con sus pensamientos purísimos que
ninguna pasión humana agita
o enturbia.
Cuando Simeón baja la mirada a tierra
ve a los peregrinos
rodeando la base de su elevada columna, esperando
ansiosos
su palabra.
Observa tristemente
esos rostros demasiado afectados
por la inevitable vulgaridad de la vida terrestre, y luego
habla
y su palabra
es un fragor llameante que funde ángeles y rampantes.