Era de granizo el verde derramado
junto a la blancura el pájaro de hielo.
El cielo nace al hombre atento
que mueve el pan nerviosamente,
lanza migas, borra la pregunta
y atado a su parque ya es carámbano.
Digan lo que digan no te importe
el canario comprimido que no muerde
ni que crezcan retoños a la ausencia.
La bisagra engrasada ya no canta
y el sol, que se hizo viejo allá en sus puntas
esperando que cayera
la palabra en el escaque justo,
ahora chorrea otros fractales
con mazmorra en el poniente.
Desde ayer media naranja es una flecha
o puede ser la luna, una mujer la puerta
un perro el laberinto en que se pierde un hijo
un fulgor la hora en que los hombres mueren
madera de pluma el sacrificio,
el ojo una inquietud por donde duele
un fósforo la búsqueda
un pez la buena o mala suerte.
No hay piedad en el labio que se ofrece
ni color en el secreto que no nace.
Oh! Dios, que nunca se te ocurra celebrar
con los brazos en alto como arquero
pesar las espaldas convertidas
y allí donde tu fuego espera
no encuentre ritmo nuevo.
¿Qué hacer con el polvo amontonado?
¿días como rayos relucientes?
Las flores se chorrean, no hay sonrisa
que se anime a salir de entre las hojas.
La noche mueve su perfil sobre los muebles
la luna presagia desembarcos
tu cuerpo sideral respira
por la boca en que el amor se pierde.
Váyase usted amargo sol que ya no hay forma
de rascarnos donde no nos duele.
Las vidas que han pasado ya no chocan,
¿que labios van a darnos vida y muerte?
Los hijos de la sed desesperados
se tragan las cortinas y deshojan
alguna margarita sin que nazcan
violines rumiándole al oído
Isla de mis islas sola
cáliz de arena este domingo.
Sin domingo de María Eugenia Caseiro
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