Nada es lo mismo ya, ni lo será mañana;
apenas la constancia dará el signo que guíe
el día por venir. Y el ahínco de la memoria fiel
que reconstruya y clasifique lo que ya es quemadura
y senda pedregosa desde ahora, desde el instante
en que una lluvia oscura
sopló con un sonido bárbaro en nuestra vida.
Y lo sabemos todos. Nada
será ya igual ni semejante al rostro del pasado;
ni nuestro amor, vacío de sostén, ni la mano
de los amigos. No habrá ese ruido
de persianas que bajen impidiendo al verano
su intromisión inevitable. Habrá cambiado
el ritmo de la sangre; otras palabras
pondrán sobre el oído su distinta eufonía.
No, no; ya no será la misma
la manera de andar, la introspección al modo
de la quietud ceñida de las horas. Se notará por siempre
en nuestro rostro un viaje
y un aire retraído de máscara olvidada.
Y al no tener el mismo amor, la misma
mano de los amigos,
el ser de aquí o de allá se borrará sin pausa
en una helada comunión con raíces espurias.