La flor delicada, que apenas existe una aurora,
tal vez largo tiempo al ambiente le deja
su olor…
Mas, ¡ay!, que del alma las flores, que un día
atesora
muriendo marchitas no dejan perfume en
redor.
La luz esplendente del astro fecundo del día
se apaga, y sus huellas aún forman hermoso
arrebol…
mas ¡ay!, cuando el alma le llega la noche
sombría,
que guarda el fuego sagrado
que ha sido su sol?
Se rompe, gastada, la cuerda del arpa
armoniosa,
a aún su eco difunde en los aires
fugaz vibración…
Mas todo es silencio profundo, de muerte
espantosa,
si dan un pecho amante el postrero tristísimo
son…
Mas nada, ni noche, ni aurora, ni tarde
indecisa
cambian del alma desierta la lúgubre faz…
A ella no llegan crepúsculo, aroma ni brisa…;
a ella no brindan las sombras
ensueños de paz.
Vista los campos de flores
gentil primavera,
doren las mieses los besos
del cielo estival,
pámpanos ornen de otoño la faz
placentera,
lance el invierno brumoso su aliento
glacial,
siempre perdidas, vagando en su estéril desierto,
siempre abrumadas de peso de
vil nulidad,
gimen las almas do el fuego de amor
está muerto…
Nada hay que pueble o anime
su gran soledad.