Exacto y cotidiano
el cielo se derrama como un oscuro vino,
se agazapa a dormir en los zaguanes,
endurece los patios, los postigos,
enciende las pupilas de los gatos.
En las mezquinas calles minuciosos golpean
los pasos de la frágil solterona
que sabe que no hay luz en su ventana.
En el aire hay olor a col hervida
y detrás de la ropa que aporrea la piedra
un canto de mujer abre la noche.
Es la hora
en que el joven travesti se acomoda los senos
frente al espejo roto de la cómoda,
y una muchacha ensaya otro peinado
y echa esmalte en el hueco de sus medias de seda.
Abre la viuda el closet y llora con urgencia
entre trajes marrón y olor a naftalina,
y un pubis fresco y unos muslos blancos
salen del maletín del agente viajero.
Un alboroto de ollas revuelca la cocina
del restaurante donde un viejo duerme
contra el sucio papel de mariposas,
mientras como una red sin agujeros
nos envuelve la noche por los cuatro costados.
Soledades (Exacto y cotidiano) de Piedad Bonnett
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