Sólo al fondo del furor de Juan Sánchez Peláez

I
Sólo al fondo del furor. A Ella, que burla mi carne, que
desvela mi hueso, que solloza en mi sombra.

A Ella, mi fuerza y mi forma, ante el paisaje.

Tú que no me conoces, apórtame el olvido.
Tú que resistes,
resplandor de un grito, piernas en éxtasis, yo te destruyo,
sangre amiga, enemiga mía, cruel lascivia.

Nuestras voces de bestias infieles trepando en una
habitación suntuosa sin puertas ni llaves.
Cuando me desgarra un soplo náutico de abejas, yo pierdo
tus óleos, tus imanes, una calesa de esteras en el vergel.

Mi Primera comunión es el hambre, las batallas.
¿Rueda mi frente en un aro,
saltan mis ojos sobre la nieve pacífica?
¿Florecen campanas melodiosas en un abismo de miedo?

Después, sin designio, el rocío extiende por el mundo su
gran nostalgia de húmedos halcones.

II
Arrastrado bajo yunques sin ruidos ni caricias
Otra vez otro instante
Sepárame las tablas de mi cuerpo, los despojos
Los despojos de mi alma
Hacia una bóveda de espanto, allí crece el caos.

Entonces se interpuso un revólver
Disparado al aire tres veces
Por los ebrios del amor.

Mi amiga íntima falleció hace tres años
Por tres balas lanzadas al aire.

Ella se vestía escandalosamente para asistir a un baile de
máscaras.
Ella jugaba una partida de póker en el momento fatal.

Recuerdo a mi amiga íntima.
Estoy seguro de haberla conocido hace trescientos años.
Y olvidarla ahora mismo.

Otra vez, otro instante,
Me inunda el halo de los espectros.

III
Al arrancarme de raíz a la nada
Mi madre vio, ¿qué?, no me acuerdo.
Yo salía del frío, de lo incomunicable.

Una mañana descubrí mi sexo, mis costados quemantes,
mis ráfagas de imposible primavera.
A la sombra del árbol
de mi gran nostalgia ya comenzarían a devorarme,
ya comenzarían.

Sabedlo tú, Ondina ondulante del mar y alga efímera
de la tierra.
Un hombre alto fue al cementerio
Espantó a un perro que ladraba
Su camisa de fuerza la estrangulaba
Cayó estrangulado.

Y yo he revelado su destino a todos mis amigos
A los que conozco sin saludar, a los que saludo
sin conocer.

Yo di muerte al estrangulado
A pesar de sus signos de indeleble fatiga.

Yo frisaba cinco años de vida
¿Me engendró una cigarra en el verano?

Era un día maldito.
Mi madre no logró reconocerme.

IV
Aún la perfección, las campanas trasquiladas.
Aún quien te subyuga, Oh tú, Huésped turbado, Tu máscara
desgarra, Tu dedo es un liviano ruiseñor.
Horada una llama oculta: Sobresale tu cuerpo,
tu pudor, tu vigilia.
Grandes herméticos antepasados míos levantan mi
corazón carnívoro de langosta.

Súbeme a la claridad. Soy un
simio abyecto que necesita perdón.
Un búfalo que desciende
en el huerto leproso
sobre la espalda encendida del arcoiris.

Súbeme a la claridad.

La noche es una isla perdida
en el viraje vertiginoso de tus
corpiños.

Cielo crispado del amanecer, Erizos
desplazados, altas cimas;
Tierra mía y rocío de los papagayos y follajes
fulminantes de las palomas siderales;
Extensos brazos
benevolentes;
y tú, rosa abierta, caída
contra el resplandor negro de mis deseos.

V
Yo atravesaba las negras colinas de un desconocido
país.
He aquí el espectáculo:
Yo era lúcido en la derrota. Mis antepasados me
entregaban las armas del combate.
Yo rehuí el universo por una gran injusticia.
Tú que me escoltas hacia una distante eternidad:
Oh ruego en el alba, cimas de luto, puertas que
franquean tajamares de niebla.
Salva mis huestes heridas, verifica un acto de
gracia en mis declives.
Pero, ¿qué veo yo, extenso en una maleza de tilos
imberbes? Un glaciar cae lánguido
en el césped.
El mármol se despide del hombre porque éste
es una estatua irreverente.

VI
Blandiendo un puñal de vidrio entre las sienes
Pasean los soldados, los herreros, las razas de color, las
mujeres melancólicas
Por los canales pardos del arcoiris, encallados a riberas
de bruma
A la aventura celeste de los cinematógrafos, al pequeño
monumento de las aves estelares.

Un sueño los hace distintos a la realidad
Un murciélago desconocido los hizo visibles a la vida.

Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Tu madre subyugada por tu padre.
Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Todas las madres del mundo subyugadas por todos los
padres del mundo.
Y después, ¿te acuerdas?
Yo me acuerdo
Todas las madres del mundo divorciadas de todos los
padres del mundo.

Y el primer día le daban palmaditas a tu hombro
Y el segundo día le daban palmaditas a tu vientre
Y el tercer día le daban palmaditas a tu frente
Y el cuarto día no tenías hombro
Y el quinto día no tenías vientre
Y el sexto día no tenías frente
Sino enigmas inválidos,
enigmas a flor de piel.

Tú seguías mi ruta: El diluvio de mis besos
a la deriva de la vía láctea
El ala colérica de mi sangre
Una bandada de rojos insectos roedores de tiniebla.

Tú me decías: «Encima del cielo hay una
encrucijada de bosques feéricos
Encima de la nieve está el cadáver taciturno de mi lengua
Y la magia del mundo en los brazos abiertos del amor».

Barcas bélicas de mis pies vegetales
Con una campana sumergida estrella del vino
Nombres extraños, ríos
glaciares, vertientes impalpables
caballos de franela con dos dedos de frente
Que una mujer desnude su alma
Su cuerpo y su alma
Al borde de los astros parpadeantes

Que construya a golpes martirizantes de olvido
Un fantástico jardín con salamandras ebrias.

Nada es tuyo, nada puede socavar tu sed terrestre
Nada es mío, sino perforación de muerte, sino escombros
indispensables para que negligentes, olvidadas fuerzas
orgánicas canten su iluminada redención.

Pan de leche de la luna, oscuro temblor de los cereales
Precipicios de nubes que ahogaron mi rostro dormido
entre las aguas

Declárame vacío en mi tregua, en mi locura
Declárame culpable.
El dedo perfumado del aire
Señala las orejas dementes del amor.

Tú frunces el ceño, tú eres honorable
tú escuchas música en los cañones de pólvora del
firmamento.

Cuando un navío silencioso corte en dos
el paisaje cruel de mis labios
Cuando se extingan mis vísceras
hallarán un grito perdido.
Las plumas perfumadas de un taciturno gavilán.
Un mundo hostil.
Un mundo desaparecido.
Encajes azules que flotaron a merced del lodo y la
lluvia
Un insecto en la mesa de los burgueses
Animales palurdos que arrastran sombríos catafalcos
Enigmas inválidos
Enigmas a flor de piel
Recuerdos de estrellas estériles
Negros túneles de dicha distraída
Perros domesticados
Perros de lujo, melancólicos y melifluos
Sobrevivientes sordas y difuntas melodías suspirando
un aire de tibia lavanda
Mientras mis sienes terrestres desconocen
Tu vestido de nácar
Donde no aparecen las llaves
Del Exterminio.

VII
¿Cuántas veces ahogado por tus brazaletes mágicos,
Las palmeras seniles de la lluvia me desatan?
Me extiendo sobre la fuente gris de un sollozo.
Las aguas en el sueño tienen otro ámbito más pleno.

¿Cuántas veces mi fidelidad es prisionera de tus ojos?

¿Hacia dónde su grito de mujer, Oh Noche, para
levantar en mí esta bóveda chorreante de sed, Mi
primitivo deseo?
Si su cuerpo es joven y tranquilo,
Ella se adelanta a mis párpados, con el salto de
un jaguar.
Pero Ella me conoce.
Y golpea con su sangre mis brazos;
La trompeta invisible de su luz: Lanzada en mi cenit.

Tú que huyes hacia un día de sol,
Escúchame.
Escúchame.
Este árbol no es un árbol.
Este muro no es un muro.

Entonces deslicé en mi boca, Los
pétalos dúctiles de tus senos.
Eso fue todo.
Como una antorcha que ardía y ardía bajo la
Hierba.

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