La noche es movimiento de penumbras
luchando para ser eternas, río
de manos en los cuerpos que divaga
sobre el influjo de la sangre dulce.
Silenciosos, los ángeles nos aman
como aman los caimanes, con la furia
de un sexo desmedido, con lujuria.
La noche es la simiente de los pasos
que aniquilan las luces de los lechos,
y son los cuerpos sombras de esa noche
que dominan la oscuridad tardía.
Silenciosos, los ángeles nos aman
como aman los caballos, con ardor,
reclamando sus alas el perdón.
La piel anhela el roce de las sombras
que se desprenden ávidas, ventiscas
de amores sofocados, tenues nieblas
imposibles de aprehender, limosnas.
Los ángeles nos odian por la carne,
ésa que envuelta en noche se proclama
en la ofrenda del cuerpo que se ama.
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