Esta costumbre dulce
de perder el respeto,
de agarrarse a la vida
como si nada fuera,
como si ya la muerte
se hubiera convertido
en borroso subtítulo
de una vieja película.
Nos fuimos desnudando
en andenes lentísimos,
al filo de la noche,
cuando la madrugada
era una vieja furcia.
Somos lo que aprendimos
en esta soledad donde regamos
margaritas de plástico y silencio.
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