Dejadme a solas una noche entera
con esta voz que tiembla decidida y mojada,
con este cuerpo frágil y agresivo que pronuncia las
letras de un incendio instantáneo,
de un dolor que derriba las paredes del miedo
y erige su canción en la tierra arañada.
En la profundidad de esos ojos es posible encontrar
la huella de un astro salvaje,
de un vegetal orgulloso y persuasivo.
Este presente es llave, libertad, cárcel, mundo que
yo conozco:
la selva misteriosa de una piel reencontrada,
el verano extendido de una frase, de un gesto,
la sorpresa desnuda de un acto infinitamente repetido,
la posesión de un agua secreta.
Calles con sed, desiertos de mi mano,
oscuridad que palpa la epidermis del trigo,
encuentro de dos gritos usados,
cicatrices de antiguas y extensas caricias.
El vértigo que habita este minuto,
que instala su deseo en la cima de esta unión desesperada,
taladra el vidrio opaco de las soledades que dejamos atrás:
oficios que mancharon con su cera abatida la frente
de los metales más sonoros,
ocupaciones que nos persiguieron,
instrumentos roncos avecindados en ciudades húmedas,
poderes que sembraron tristes banderas en mi carne.
Ahora siento tu olor, ahora te escucho. y sólo existe
la voluntad madura de unos labios que cantan.
Afuera quedó todo. No hay ventanas
en esta habitación que nos acoge.