Bajo el ciprés doliente que vigila
de tus restos la tumba funeraria,
quiero elevar mi férvida plegaria
al trono del Señor.
Fue tu cuerpo clavel que al rayo ardiente
del sol, desplega el rojo terciopelo,
y marchito después por cano hielo
se dobla sin color.
Tu alma es como la bella mariposa
que dejó su crisálida sin pena,
por elevarse de atractivos llena
al cielo de zafir.
Allá do moras en eterno alcázar,
unida a tus hermanos los querubes,
al que reside en opaladas nubes
suplícale por mí.
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