¡Oh, yo he aprendido en tu dulce boca
a conocer tanto de las bienaventuranzas!
Ya siento los labios de Gabriel
ardiendo sobre mi corazón…
Y la nube de la noche se bebe
mi profundo sueño de cedro.
¡Oh, cómo me hace señas tu vida!
Y yo me consumo
con floreciente dolor de corazón
y me desvanezco en el espacio del mundo,
en el tiempo,
en la eternidad,
y mi alma se extingue en los colores de la noche
de Jerusalén.
Versión de L.S.
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