Matar mi juventud con dagas impacientes; ostentar
la librea extravagante de esta edad mezquina;
dejar que cada mano vil se hunda en mi tesoro;
trenzar mi alma al cabello de una mujer
y ser sólo lacayo de Fortuna. Lo juro,
¡no me agrada! Todo eso es menos para mí
que la delgada espuma que se inquieta en el mar,
menos que el vilano sin semilla
en el aire estival. Mejor permanecer alejado
de esos necios que con calumnias se mofan de mi vida,
aunque no me conocen. Mejor el más humilde techo
para abrigar al peón más abatido
que volver a esa cueva oscura de riñas, donde mi alma blanca
besó por vez primera la boca del pecado.
Versión de E. Caracciolo Trejo
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